Gabriel y su primera cita
Gabriel era un chico de 18 años recién cumplidos. Delgado y sin apenas músculo, de no haber trabajado ni entrenado demasiado hasta la fecha, pero con un físico aceptable.
Para sorpresa de nadie, nuestro protagonista no tenía ningún éxito entre las mujeres de su edad, y mucho menos entre las más mayores. Pasa que las de 18 están pensando en hombres de unos 25 en adelante y dejan atrás a todo este grupo de incels.
Gabri decidió probar una app de citas muy conocida y pagar la opción premium. Ah, amigo mío, eso es jugar con trucos.
Bueno, pero él decidió jugar con trucos. Aumentaba la visibilidad, podía escribirle a cualquier mujer y enviar muchos superlikes.
Le fue bien. Habló con unas 30 chicas y logró entablar conversaciones de calidad con 5 de ellas, que durante varios días fueron profundizando en los temas y haciendo que el chaval se la machacara con fuerza en alguna que otra ocasión, al subir de nivel con la chica.
Logró quedar con Andrea. Ya está. Lo tenía.
Tenía su primera cita.
¿Y ahora qué?
Hemos omitido un detalle: Gabriel era virgen.
Sí, virgen.
A ver, se había follado melones, plátanos, la almohada y cualquier cosa que pudiera servirle para descargar su adolescencia tardía en ella. Gabriel había fabricado la famosa vagina con la lata de Pringels y dos estropajos.
Se puso muy nervioso y empezó a cuidar cada detalle antes de la cita: ropa, calzado, peluquería, perfume… se lo estaba montando bien. Pero había una cosita que no le gustaba: su vello púbico.
Tenía los pelos cubriéndole por completo sus testículos y la base del pene. Eso no molaba.
La autodepilación
Se fue al baño, cogió una cuchilla y empezó a pegarse tajos por todas las piernas quitando pelo. Estuvo unos 20 minutos con eso hasta que se aburrió de desatascar la máquina.
Se fue a dormir y al día siguiente, a solo 48 horas de la cita notó que le picaba toda la zona depilada. Aquello estaba lleno de cortes y el escozor no le dejaba estar tranquilo.
No podía presentarse en una primera cita y, si terminaban follando, mostrar su entrepierna llena de rajas. Eso sería ridículo.
Buscando en los cajones encontró una crema depilatoria. Probó un poco en lo que le quedaba de muslo y… horror. Aquello picaba aún más.
Siguió abriendo puertas en su baño.
!Voi-lá! Tiras de depilación. Arrancar pelo de cuajo siempre es más seguro que cortarse una ingle.
Este muchacho no tenía su día. Probó de nuevo en un trozo y tiró con fuerza. Su grito se oyó en todo el bloque de pisos. Aquello era horrible. Sudando, intentó de nuevo arrancarse un trozo, pero ya no podía más. Y mucho menos iba a poder pegarse esa tira en los huevos.
La esteticista: una depilación profesional
Gabriel buscó en internet una clínica estética que ofreciera el servicio integral de depilación, incluyendo testículos, ano y zona del perineo.
Tras fijar la cita urgente se dirigió al lugar y entró sin dilación. Era un piso particular de una mujer de unos 45 años. La mujer vestía una bata blanca corta y tenía sus piernas al aire. Puede que por marketing, para mostrar lo perfectamente depiladas que estaban, pero la verdad es que se hacía un tanto corta para un virgencito como él.
Debajo de la bata no llevaba ropa, más allá que la interior. Un sujetador apretado que le marcaba un buen escote y nada más.
La polla de Gabriel, bastante gruesa por cierto, comenzó a moverse de esa forma tan característica. Notó una leve palpitación y un desplazamiento de su cabeza dentro de los calzoncillos. Oh, oh. Aquello no pintaba bien.
Volvió a mirarle las tetas y siguió empalmándose.
—Siéntate en la camilla y túmbate boca arriba.
—¿Sin ropa? —Preguntó él.
—Hombre, con ropa va a ser difícil que te depile. Quítatelo todo.
Eso hizo. Se bajó los pantalones y se quedó totalmente desnudo en esa camilla.
Empalmado como si fuera la chimenea del Titanic. Aquello miraba al cielo sin bajarse ni un centímetro. El nerviosismo le estaba jugando la peor pasada y estaba delante de una mujer que no conocía, desnudo, con el pene totalmente erecto y tragando saliva.
—No te preocupes que estoy muy acostumbrada. —Le dijo la depiladora.
Y empezó el show.
Dar cera
La mujer calentó la cera y con Gabri mirando al techo untó un primer tiro con la paleta de madera cerca del ombligo.
Él noto un calor peligroso, que parecía hacerle daño, pero que al cabo de un segundo se enfriaba.
¡ZAS!
—¡AH! —Gritó levemente.
Pero lo pudo soportar.
Siguiente trocito. Al otro lado del ombligo. Misma operación.
Esa mujer iba a buen ritmo y en nada de tiempo llegó a la base del pene. No podía depilar lo que caía debajo y el chico le preguntó si se lo sujetaba de alguna forma. Estaba tan duro que le hacía daño moverlo hacia los lados o hacia arriba para liberar ese espacio.
—Yo me apaño. —Le indicó la esteticien.
Ni corta ni perezosa agarró con una mano esa polla y la fue moviendo de un lado a otro para ir quitando pelo. Tirón tras tirón, notaba como el tronco venoso tenía pequeños espasmos y la víctima vio como la mujer sonreía. La escena le hacía gracia porque la había vivido en otros jóvenes.
Poco a poco terminó con la zona del pubis y fue a por los huevos del chico. Más fácil, porque la polla no era un impedimento, pero aun así había que agarrarla con una mano para tirar en cada depilación. El escroto es una zona muy sensible, por lo que cambió la temperatura de la cera y fue aplicándola por toda la extensión.
La cosa se complicó un poco: al depilado le gustaba el dolor. Lo acababa de descubrir.
Al tirar la primera vez y limpiar una parte del huevo izquierdo, la polla de Gabri convulsionó mucho más fuerte que antes, y soltó una gota de líquido preseminal. Cada vez que tiraba, la depiladora ponía su mano sobre la piel para calmarla. En esa ocasión puso su mano extendida sujetando la mayor parte del tronco. Como si quisiera aprovechar para palparlo bien.
Rodeándolo por completo pegó un segundo tirón, en el mismo testículo. Notó la palpitación en sus dedos y otra gota más salió de esa cabecita roja. Haciéndose la tonta subió y bajó un poco la piel a modo de paja, una sola vez, para depilar el segundo. Otros dos tirones, otras dos gotas.
Al soltarla vio cómo la polla del recién mayor de edad se quedaba palpitando y moviéndose, como si estuviera poseída o atada a un hilo. Él no hablaba y contenía la respiración. Estaba muy rojo y el corazón le iba a mil. Notaba un dolor particular en sus bolas y no era exterior, por los tirones, sino interior, por la carga que aquello le estaba suponiendo.
El agujero sagrado
Le pidió que se pusiera a cuatro patas y con el culo en pompa para terminar de depilarle la parte anal y perianal.
Su polla seguía igual de dura pero más calmada. La leche estaba a buen recaudo por el momento.
Para su sorpresa, antes de aplicarle más cera le masajeó las nalgas. Intentando que se relajara. Comenzó quitando la parte de la ingle y el perineo. Aquello fue menos doloroso y más rápido. Pero cuando terminó con el perineo cogió un poco de aceite de romero y se lo extendió por la zona. Cayó un chorrito por sus huevos hasta la camilla y la mujer se lo repartió por completo.
Comenzó a acariciarle los testículos y a pasarle dos dedos muy juntos por la raíz del pene. Sus huevos colgaban mucho y dejaban a la vista la pronunciada erección, que arrancaba desde el ano, prácticamente.
Él soltó un suspiro y volvió a sentir cómo se le escapaban sus jugos. Esa madurita estaba jugando y aprovechando para divertirse. O eso parecía.
Al cabo de unos segundos calmando la zona paró y se acercó al agujero del ano. Dio dos tirones que fueron mucho más sonoros esta vez, y el esfínter de nuestro chico se quedó palpitante y dolorido.
Obviamente el proceso del aceite relajante iba a continuar por ahí. Volvió a echar un chorrito y la zona se calentó y relajó al momento. Pero el pene de Gabri no podía más.
La erupción
Un pequeño charco manchaba la camilla. Unido a su capullo por un largo hilo de líquido. La depiladora comenzó a masajearle el esfínter con el aceite y la espalda del cliente se encorvó.
Aquello anunciaba algo que venía tiempo imaginando. Él no pudo más y le dijo:
—No puedo más, no puedo más, me corro.
En ese momento una gota de semen muy espeso asomó por la punta. Gabriel no se estaba tocando. Fue la presión en su culo, unida a todo lo anterior, lo que le hizo expulsar esa gota. Gemía de molestia porque no quería rozarse. Intentaba evitar la eyaculación.
Pero ya era demasiado tarde.
Esa mujer no se lo pensó dos veces y en un intento de aliviar ese dolor clavó la yema de su pulgar izquierdo en el anillo sonrojado del muchacho y con la mano derecha agarró su polla.
Subió y bajo la mano llena de aceite tres veces y Gabriel empezó a expulsarlo todo. Notaba como su culo se contraía y sus huevos se subían casi desapareciendo.
Uno, dos, tres,… cuatro, cinco…seis…siete. Siete disparos en la camilla. El tercer y el cuarto fueron los más abundantes. La mano de la mujer seguía sujetando ese bicho duro como una piedra, y su dedo masajeaba con delicadeza el culo del depilado.
—Esto pasa mucho más de lo que crees. Así que no vayas a sentirte mal.
—Mal lo que se dice mal, no me siento. —Contestó él.
Se incorporó con cuidado y se bajó de la camilla. Aún desnudo seguía con el pene al 70% y una leve gotita de leche le salía aún de ahí.
La mujer cogió un poco de papel y, sin saber muy bien por qué, se agachó de rodillas frente al chico para limpiárselo. Pasó el papel por sus bolas, por su pubis y terminó sujetando con una mano el tronco y limpiando la cabeza con la otra. Al terminar le bajó la piel cubriendo de nuevo el capullo y se lo colocó en su sitio.
—Esto está ya perfecto. —Le dijo ella.
—Gracias. No sé qué decir.
—No tienes que decir nada. Si estás satisfecho con el servicio ya sabes que aquí estaré cuando lo necesites.
Nuestro protagonista había olvidado hasta que tenía una cita. Esa sesión de depilación le había dejado marcado para siempre. Y volvería a repetir. Sin duda.
La semana que viene publicaré el relato Paseando con un dilatador. No te lo pierdas y comparte esto con quien quieras.
Excelente relato
Pensé que iba a terminar con la depiladora