Con sus bragas empapadas corría por la calle hacia su casa antes de que María o cualquier otro vecino pudiera pillarla. La excitación se había convertido en llanto.
Coatepec, Veracruz, un rato antes.
Entre montañas y neblinas frecuentes se encontraba la aldea Plan de las Hayas. Una zona conocida por el cultivo de café y la recolección de leña en aquella época.
Amalia y María se conocieron desde niñas. Ambas habían seguido los mismos pasos hasta casarse, con tan mala suerte para la primera de ellas que perdió a su marido en un accidente de tráfico mientras volvía un día a casa.
Amalia no pudo ser madre, al contrario de María, que tuvo a Elías con apenas 24 años. Un muchacho fuerte y muy apuesto, que se había criado entre los dos hogares hasta cumplir los 16 años. A esa edad le concedieron una beca para estudiar en el instituto de Xalapa, también en Veracruz. Eran apenas 10km de distancia lo que lo separaban de su aldea, pero los suficientes para no volver en largas temporadas.
Elías se adaptó a la urbe y consiguió acceder, mediante becas y ayudas de su madre, a la Universidad Veracruzana. Allí estudió derecho los dos primeros años hasta que se marchó de intercambio a Europa.
Pasaron 6 años hasta que Elías volvió a la aldea, pues era la madre la que solía desplazarse para llevarle ropa, comida y lo que necesitara cada fin de semana.
En el verano de 1958 el muchacho cumplió 22 años. Volvió para las fiestas de Santa Rosa, la patrona de su pueblo natal. Al llegar lo esperaba un grupo de amigos reencontrados, todos coetáneos, para beber, jugar a las cartas y bailar en las noches de calor y tiempo libre.
Una tarde Amalia se acercó a casa de María para llevarle un guiso que había preparado. Al llegar a casa empujó un poco la puerta y llamó en voz alta a su amiga. No tuvo respuesta y se acercó a la cocina, con confianza, para dejar el guiso allí.
No quedándose tranquila se adentró en el hogar y miró en el dormitorio y en la sala de estar, para ver si su amiga se encontraba bien. Oyó agua correr en el baño y se acercó sin decir nada para comprobar que María estaba allí. Al asomar su cabeza por el trozo de puerta entreabierto encontró algo que no esperaba: Elías desnudo en la ducha, de espaldas.
Su cuerpo había crecido mucho en ese tiempo. Tenía unos hombros muy trabajados y unos brazos fuertes, que bien podrían sostener a una mujer mientras le echaba un buen polvo.
Amalia, boquiabierta, con la mirada fija en esas fibras, vio que el culo del chico no se quedaba atrás. Unos glúteos robustos, a juego con sus cuádriceps. Definitivamente no había perdido el tiempo en Xalapa.
Amalia se ocultó un poco, manteniendo el ángulo para ver al muchacho enjabonarse. Quería verle la polla a toda costa, aunque con un poco de remordimiento. Al fin y al cabo era como su hijo. Lo había criado en su casa y lo había tenido en su regazo miles de veces.
Ahora lo tenía delante, y pudiendo comprobar que al muchachito le colgaban unos 12 o 14cm de carne flácida por la que goteaba el jabón. Tras dos o tres refregones aquello se puso más grande aún. Anunciaba un tamaño completo de más de 20cm de larga, por lo que la viuda podía imaginarse.
Sentía mucho calor y humedad en su entrepierna. Sus bragas le estaban provocando sudor y su coño comenzaba a hacer que los labios dejaran de sentirse un poco. Un leve hormigueo acompañaba esa excitación y sin poderse controlar se llevó una de sus manos al monte de Venus.
Elías seguía enjabonándose la polla y girándose en la ducha. El espectáculo estaba servido. La mujer metió la mano dentro de sus bragas y comenzó a abrir los labios exteriores para abrazar con sus dedos el clítoris. No necesitaba lubricación. Hacía muchas semanas que no se masturbaba y ahora no podía esperar ni irse de allí. Temía que la pillara su amiga María, pero disimularía como pudiese.
El chico terminó de enjuagarse y salió de la ducha para secarse. Su polla estaba totalmente erecta y apuntaba a su ombligo. Una vitalidad que solo un veinteañero puede tener. Ante esa escena, Amalia aumentó el ritmo de sus caricias y metía uno de sus dedos cada varios segundos. Jugaba a estimular un poco su punto G mientras se masturbaba, y su cuerpo comenzaba a reaccionar de manera involuntaria.
La espalda algo arqueada y un culo apretado anunciaban el inminente orgasmo. Su respiración se aceleró, se cortó, se volvió a acelerar…hasta que un fuerte suspiro, que ella intentó ahogar con su otra mano, anunció el clímax de la madura. A sus 46 años y habiendo perdido a su pareja hacía más de una década, se encontraba masturbándose a costa del muchacho que había criado. Más bien, del hombre que había criado.
Quiero que por un momento pienses en la época. Lo que podía suponer que la gente del pueblo pillara a una mujer cometiendo adulterio. Por mucho que el chico fuese mayor de edad era como hacerse una paja a costa de su hijo o sobrino.
Con los ojos aún un poco vueltos y los párpados cerrados se intentaba recuperar de su corrida. Pero cuando miró al frente encontró a Elías, anonadado, mirándola fijamente.
Amalia se repuso rápidamente y tras un pequeño grito salió corriendo. Con sus bragas empapadas corría por la calle hacia su casa antes de que María o cualquier otro vecino pudiera pillarla. La excitación se había convertido en llanto. Un sentimiento de culpa enorme se apoderó de su ser. Entró en su casa y cerró de golpe para ponerse de espaldas contra la puerta. No sabía qué iba a hacer. No sabía qué iba a decir.
Amalia tenía un problema.
La semana que viene tendrás la segunda entrega.
Un beso,
Laura.
Excelente, la intriga está sembrada para esperar con ansias la continuación. Nunca decepcionas. Un abrazo 😘😘😘😘
Esperando la segunda parte…