Joaquín es profesor de nutrición en la escuela universitaria de enfermería de Barcelona. Es un profesional muy exigente, con más de 20 años de experiencia, y conocido por sus fuertes exámenes.
La población de esa titulación, la de enfermería, es mayormente femenina, dándose incluso cursos completos donde solo hay mujeres. Bueno, jóvenes muchachas que acaban de cumplir 18 o 19 años.
La alumna favorita de Joaquín es también la más desobediente. La que siempre se salta las clases y nunca está muy activa cuando va. Eso saca de quicio a nuestro profesor nutricionista y ya le ha llamado la atención varias veces.
Un viernes había clase a las 8 en punto de la mañana. Marta, nuestra alumna en esta historia, acababa de llegar de fiesta sin dormir y bastante borracha. No tenía una de esos estados de embriaguez que te dejan sin energía, sino todo lo contrario. Estaba excitada y no dejaba de hablar, molestando a las compañeras y al propio profesor.
—¡Marta! Ya está bien. Te he llamado la atención varias veces y no aguanto más esta actitud. Fuera de mi clase, ¡ya!
La chica, avergonzada, salió de la clase sin rechistar. A los 20 minutos había terminado la lección y salieron todas las alumnas del aula para sus otras asignaturas. Marta, en cambio, se quedó allí en el pasillo esperando al profesor.
—¿Qué quieres? —Preguntó Joaquín de muy malas ganas.
—Pedirle perdón, profesor.
—Muy bien, disculpas aceptadas. Hasta luego.
En ese momento Marta lo agarró del brazo y mordiéndose un poco el labio le dijo: —no, quiero pedirle perdón de verdad.
—Te he dicho que muy bien. Que me dejes en paz.
Joaquín se fue a su despacho y a los pocos segundos de entrar vio cómo se abría su puerta. Era su alumna rebelde de nuevo, entrando para pedirle perdón.
—Don Joaquín, me siento muy mal por lo que he hecho. Quiero pedirle disculpas.
—Si ya lo has hecho dos veces. ¿Qué coño quieres? —Respondió él, aún enfadado.
—Quiero que me castigue.
—No hace falta. No des el cante en la próxima clase y ya está. Ahora vete que tengo mucho trabajo.
—Quiero que me castigue fuerte. —Dijo ella de nuevo, mientras dejaba caer su falda al suelo.
Joaquín vio a una chica de 1,60, de unos 55 kg, rubia y con unos ojos marrón claros que dibujaban la cara de una muñeca. Llevaba gafas y los labios aún pintados de la noche anterior. Seguía tambaleándose un poco y su voz era vacilona, de la borrachera que aún quedaba en su cuerpo.
Marta vestía un jersey con camisa blanca en el interior y una falda, que ahora descansaba sobre sus tobillos. Debajo de esa falda había un tanga blanco semitransparente que apenas tapaba los labios de su delicado chochito.
La chica se dio la vuelta y se apoyó contra la puerta con sus manos en alto, agachándose un poco y levantando su culo hacia atrás, que quedó mostrando el hilo de su tanguita, que separaba esos fuertes glúteos.
—Pégueme.
—¿Qué? —Dijo el profesor sin entender muy bien lo que estaba pasando.
—Que me pegues. ¡Pégame!
—Shhhh… cállate zorra, que nos van a oír. Me has enfadado de verdad.
Ella sintió algo de miedo al notar lo pasos fuertes de Joaquín, dirigiéndose hacia la puerta. Pensó que la iba a expulsar de allí inmediatamente y cerró los ojos, llevada por el impulso de no saber qué le iba a pasar, dejándose inundar por la duda y temiendo la peor reacción del profesor.
—¡PLAS! —Una fuerte cachetada sonó y su cuerpo se encorvó encogiendo el culo y acercando su cintura a la puerta.
Joaquín tiró de su cintura hacia él para volver a ponerla en posición.
—¡PLAS!
—¡PLAS!
Dos fuertes bofetadas volvieron a ponerla erguida, junto a un gemido de dolor.
—¿Así quieres que te castigue?
—Sí, más fuerte.
—¡PLAAAS! —Sonó un nuevo golpe con la palma de la mano que dolió de verdad. La respiración de Marta se cortó y el cuerpo de Joaquín también. Creía que se había pasado de la raya esa vez, y el culo de Marta marcaba sus cuatro dedos rojos con un poco de volumen, de la hinchazón del golpe.
—S…sigue…sigue… —dijo ella.
Cinco azotes más siguieron con casi la misma fuerza que el anterior, en ambos cachetes, y dejándole todo el culo rojo e hinchado a la futura enfermera. Imaginad lo que le esperaba en sus noches de guardia a esta joven zorrita.
El profesor la agarró por los hombros y la llevó a la silla de confidente que había en su escritorio. Ahí la puso de rodillas y con las manos apoyadas en el asiento, como su fuese una leona que hace un número de circo sobre un estrecho pedestal. El culo, dañado por los golpes pero aún vistiendo su tanguita blanco, quedaba totalmente expuesto a los diez o doce siguientes manotazos. Ese cabrón no se cansaba de pegarle.
La polla de Joaquín no estaba de adorno. Tenía una hinchazón bajo sus pantalones que le hacía no poder caminar del todo bien. Quería seguir castigando a su alumna pero también quería liberar esa presión palpitante.
Entonces, cogió una regla de 50cm que había en la estantería y se puso frente a Marta. Dejó su cintura a la altura de la boca y con la mano acercó la regla al culo de la pobre alumna. Acariciando un poco los cachetes con ella, sin avisar, propinó un fuerte reglazo de nuevo que hizo que la chica acercara su cara a la entrepierna de su exigente profe.
Gritos de dolor acompañaban los reglazos mientras con la otra mano, Joaquín se sacaba su gran herramienta del pantalón, dejándola a escasos centímetros de la cara de Marta. No le pidió que la chupara, porque lo importante era el castigo, pero tampoco hizo falta, porque antes de darse cuenta la jovencita alumna estaba agarrándose con una mano a esa gruesa carne y acercando los labios para engullirla por completo.
—¡FLAP! ¡FLAP! ¡FLAP! ¡FLAP!
Los golpes con esa vara sonaban secos. Se frenaban contra el culo de Marta y marcaban mucho más los colores rojizos e incluso azulados en algunos de ellos. Ella tenía la polla de su profesor clavada hasta la campanilla y no le daba lugar a quejarse.
Joaquín notaba cómo su orgasmo estaba cada vez más cerca y soltó la regla. Eso le permitió a Marta seguir con la mamada a otro ritmo más controlado, marcado por las manos de su amo, que la agarraban por la cabeza y la empujaba hasta tragársela en toda su longitud.
Ritmo que pasó de ser controlado a desesperado, y que terminó como no podía ser de otra forma: con el fuerte grito de Joaquín al vaciar sus huevos en la garganta de la maleducada estudiante. Esa futura enfermera se estaba tragando cada chorro que salía por la punta del capullo, cada disparo que chocaba contra las paredes de su boca y que no dejaba escapar de ninguna forma.
Al terminar de correrse la sacó sin dejar que escurriera lo que quedaba en la uretra y la pobre muchacha no pudo evitar derramar algo de semen por su barbilla. Cogiendo aire mientras se recuperaba recibió dos últimos golpes: el primero fue con el propio pene, ya menos duro, que le golpeó en el cachete izquierdo y llegó a dolerle un poco, y el segundo golpe fue con la mano izquierda en su cachete derecho, dejando la cara de nuevo enfrentada a la cintura del profesor.
—No vuelvas a fastidiar una de mis clases. —Le sentenció Joaquín.
—Ah….ag….gracias, profesor… gr…acias por castigarme tan fuerte.
Marta se puso de pie y como una alumna excelente, de esas que tienen el culo rojo, las rodillas marcadas y el pintalabios corrido, de esas que aprueban con las mejores notas, se recompuso un poco y salió del despacho de Joaquín sin despedirse.
¿Volverá a portarse mal?
Un beso,
Laura.
Creo que al profesor le encantaría aplicar otro correctivo, y Martha pronto se volverá a portar muuuuy mal. 😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍
Marta es una "brat" de libro. Espero que Joaquín tenga paciencia con ella, porque las "brat" sacan de quicio al más equilibrado