Los preparativos
—¡Ana, vamos que la fotógrafa acaba de llegar! Date prisa
—Voooy mamá, que aún estoy en el baño.
La novia se estaba terminando de duchar. Se casaba en apenas 4 horas y tenía en su casa a todo un ejército de maquillaje, foto, vídeo, ropa, amigos, amigas… Un día de esos en los que la casa huele a felicidad.
Ana se casaba con Julio, su novio desde hacía 6 años. Ambos habían tenido otras relaciones anteriores pero se conocieron en un viaje y desde entonces están juntos. Ella es de piel clara y cabellos castaños. Para su boda se había aplicado unos tratamientos que realzaban algunas mechas dándole un aspecto plateado al conjunto.
Su complexión era esbelta. No era alta pero lo parecía. Vestía ya, minutos después de salir del baño, un liguero con ribetes de raso y unos detalles de lentejuelas de tela blancas. Las braguitas eran semitransparentes, estilo tanga de hilo, y se ocultaban bajo el liguero que unía las medias de encaje también. No tenía un cuerpo trabajado pero su culo caía de una forma perfecta sobre sus muslos. Ese tanga separaba dos nalgas que bien podrían hacer arrodillarse a cualquiera para rogarle matrimonio.
Sus pechos eran operados y la convertían en un icono físico. Aquel cirujano tenía las manos de un escultor. Lo cubría un sujetador también semitransparente, de copa sin relleno ni tirantes. Para que no se cayera se lo habían fijado con gomas y apretándolo un poco más de la cuenta. Eso hizo que las tetas marcaran un escote que se lo iba a poner muy difícil al maestro de ceremonias.
Julio, el novio, esperaba en el chalet donde se celebraría el evento, con sus amigos y vistiendo un traje a medida azul marino que mejoraba bastante su figura. El muchacho no era ni alto ni guapo. Tampoco estaba fuerte. Tenía su gracia, pero en conjunto. Mucha gente se preguntaba que qué había visto Ana en él, pero lo cierto es que se iban a casar.
—¿Estas nerviosa? —Le preguntó su mejor amiga a Ana.
—¡Tía pues claro! ¡Qué preguntas tienes!
—¿Por algo en especial? —Dijo la amiga con cara de pícara.
—Ja ja ja ja qué cabrona eres. Olvídate de eso hoy anda. —Le respondió Ana.
—Sí, me voy a olvidar de que te llevas follando a tu compañero de trabajo seis meses y te vas a casar ¡habiéndolo invitado a tu boda!
—Tenía que hacerlo, ¿vale? Iba a ser más sospechoso aún si no invito a Alberto. Julio ya ha notado algunas cosas y no me fío. Puede que se huela algo.
En ese momento entró la madre de Ana en la habitación y avisó de que ya estaba el coche esperando.
La ceremonia
Todo se iba a celebrar en el mismo lugar. Los casaría un amigo de ambos que llevaba tiempo preparando el discurso y en la zona de ceremonias había unos 120 invitados. Luego se unirían algunos más a la fiesta de celebración.
Durante el discurso Ana miraba a su novio con mucho amor. Estaban emocionados por el momento y las caras de los invitados rebosaban felicidad. Casi todas menos una, que aunque no estaba triste difería en sus emociones del resto: era Alberto, el compañero de trabajo de la novia.
Un día antes de la boda
—Uf uf uf… ¡aaahhh! ¡Aguanta ahí! ¡Aguanta! —Gritaba Ana temblorosa y agarrando la cabeza de su amante por los pelos.
Alberto casi no podía respirar. Tenía su boca rodeando por completo el coño de Ana y sus manos hundían la cabeza mientras duraba el orgasmo. En paralelo se masturbaba fuertemente aprovechando los flujos vaginales de haber estado follando un rato.
Tras el orgasmo de ella vino el de él. Apartó su boca de las ingles de la futura novia y se puso de pie, alargando una de sus piernas sobre la cama y poniéndola junto al hombro de Ana. Acercó un poco su polla a la boca y ella la abrazó con sus labios sin pensárselo. Unas contracciones más tarde, la leche de Alberto estaba por completo en la garganta de la chica, que tragó sin rechistar.
—¿Esto va a seguir? —Preguntó Alberto.
—¿El qué?
—Nuestra historia. Quiero seguir siendo tu amante.
—No puedes Alberto. Me caso mañana por la tarde. Hoy es nuestro último día y lo sabes, porque ya lo hemos hablado.
—¿Qué cambia que te cases? No cambia nada Ana. Podemos seguir follando los viernes con la excusa de que teletrabajamos. —Ambos le habían estado diciendo a la empresa que teletrabajaban y a sus parejas que iban a la oficina. En realidad iban a un hotel por horas a hartarse de sexo.
—No vamos a seguir. Es cuestión de tiempo que nos pillen si mantenemos esta relación. Ya lo saben algunos compañeros de trabajo y no me gusta. Quiero que quede en un buen recuerdo.
—Vamos a follar una vez más. —Dijo él.
—No.
—Ya lo verás.
—¿Me vas a forzar a tener sexo contigo, tío?
—No, me lo vas a pedir tú.
[…]
[…] y que los novios sean felices para siempre. —Terminó el maestro de ceremonias. —¡Ahora a disfrutar de este gran día todos juntos!
La cena
Los invitados disfrutaban del convite alrededor de la mesa nupcial. Allí estaban Ana y Julio sonrientes. Unas miradas cómplices entre ella y Alberto anunciaban que aún quedaba mucho deseo por cubrir entre ellos, pero el lugar y el momento eran más que inadecuados.
Dieron la típica vuelta para entregar sus regalos (y recoger también otros). Para ahorrar tiempo se separaron y cada uno fue por una mesa distinta al mismo tiempo. Obviamente Ana iba a acercarse a la mesa donde estaba su compañero. Lo que no imaginaba es que al entregarle el sobre con dinero con una mano, con la otra le rozó el interior del muslo, tocando la liga y sacándola rápido para disimular.
—Voy al baño de mujeres y haré como que me he equivocado. —Le dijo él.
—Estás loco —susurró Ana.
Un escalofrío viajó desde su muslo, recién rozado por su amante, hasta su pecho, donde dos buenas tetas esperaban ser besadas y masajeadas cuanto antes. Idealmente por su novio, Julio, en su noche de bodas.
Ana no pudo evitarlo. Abandonó el recorrido y fue al baño un minuto después que Alberto. Entró en el de chicas, en el suyo, y vio una de las puertas cerradas. Abrió sin llamar y dentro estaba él, con la polla preparada para la batalla. El cabrón llevaba masturbándose desde que cerró, esperando a que apareciera su… ¿novia?
—Agáchate. Te dije que ibas a pedírmelo.
—No te lo estoy pid…
—Estás aquí. Eso es pedirlo. Agáchate.
Ana se puso de rodillas protegiendo el vestido y agarrando el mástil del chico se lo llevó de una sola vez a la boca. Comenzó a mamar deprisa, sin delicadeza. Sacándosela aprovechaba para escupir y volver a lubricar la carne antes de continuar chupando. Su pintalabios estaba dejando el pene de su compañero rojo y junto a las babas, el rojo se desteñía en los guantes de la novia.
Cuando iba a recibir en su boca la descarga de siempre escucharon unos pasos cerca del baño. Era la hermana del novio, que había ido a mear.
Alberto saltó y puso sus pies encima de la taza del váter para que no se vieran por debajo de la puerta. En ese momento Ana salió sin dejar que nadie viera nada y se encontró con su cuñada.
—¡Ana! ¿Pero qué te ha pasado? Tienes los ojos llorosos y la boca hecha un desastre.
—He vomitado. Lo siento.
—¿Sí? ¿Te ayudo? Voy a llamar a Julio
—¡NO! —Gritó involuntariamente la novia— quiero decir que no hace falta. Estoy bien. voy a arreglarme un poco y vuelvo con vosotros.
—Voy a entrar en el baño.
—¡NO! —Gritó otra vez, muy nerviosa— No entres porque huele fatal. Entra en el otro. Ahora antes de irme lo limpio un poco.
—Vale, vale, como quieras.
La escena era brutal. Alberto de pie en el baño conteniendo la respiración, Ana en el lavabo arreglándose los labios y los ojos después de haber estado chupando una polla el día de su boda, y su cuñada en el baño de al lado haciendo sonar el chorrito de orina.
Cuando se fue vigiló que no hubiese nadie y dio un toque en la puerta. El compañero saltó al baño de hombres que estaba enfrente y allí se terminó de poner bien los pantalones.
Volvieron por separado a la cena y siguieron como si no hubiese pasado nada.
La fiesta
El alcohol no es buen amigo del disimulo. Las copas y el baile desinhibieron a todos los invitados, incluyendo a Ana y Alberto. No llamaba la atención algún roce bailando, pues era normal entre amigos tener esa confianza. Había besos, abrazos, mucho roce y morbo.
Entre esos roces Alberto volvió a hablarle a la novia:
—Voy al aparcamiento.
No dijo nada más.
Ni ella.
Solo que al cabo de unos minutos dejó de verlo en la pista y ella hizo como que iba al baño también. En lugar de volver a ese baño se dirigió a la zona de los coches. Estaba muy oscura y había zonas donde no se veía apenas nada.
Ana caminó borracha por allí hasta que una mano salió de entre dos coches y la agarró del brazo. Cuando fue a besarlo él le puso la mano en los labios y le dijo que no podía aparecer con el pintalabios corrido.
De un golpe seco le dio la vuelta y le subió el vestido de novia. Ese tanga de hilo con lentejuelas asomó y presionando la espalda de la novia contra el capó de un coche le metió el cipote de un solo golpe.
Ella gritó pero con la música nadie pareció oírla. ¿O sí?
Bueno, no es que la oyeran, sino que su mejor amiga había perdido de vista a ambos en el baile. Y como tonta no era, fue a buscarla a los baños.
Mientras tanto, el culo de Ana chocaba contra la pelvis de su amigo una y otra vez. Estaba muy cachonda y soltaba flujo y sudor de todo el día moviéndose. La polla de ese chaval entraba como si nada y se estaba derritiendo del gusto.
—No te corras dentro hoy, por favor.
—Ja ja, ¿por respeto? Seras puta…
Siguió penetrándola hasta que sus huevos empezaron a contraerse y una vibración le pasaba por todo el perineo. La leche estaba cerca.
—Me corro. Me corro. —Decía él.
—Fuera. Fuera. Por… fa…vor. —Suplicaba protagonista de la noche.
Un grito fuerte sonó en ese parking: —¡ANA!
Era su amiga. Los había encontrado. La polla de Alberto salió del coño de la novia y apuntó a su amiga (que estaba a unos 10 metros). Los chorros de semen salieron de la cabeza disparados uno detrás de otro mientras la chica que los había descubierto se llevaba las manos a la boca sorprendida.
Ana se colocaba bien su tanga y el vestido para ponerse de pie. Caminó un poco hacia su amiga y ésta la cogió de la mano rápidamente.
—Vamos a la pista de baile. Que aquí no ha pasado nada. Y tú ya puedes montarte en el coche y marcharte de aquí, cabrón salido. —Le gritó al compañero.
Guardó su herramienta y se montó en el coche. No pudo conducir, porque estaba muy borracho. Así que descansó en el asiento trasero el resto de la noche.
La fiesta siguió y los novios disfrutaron como nunca de ese día. Todos los invitados salieron contentos de allí. Incluído el compañero de trabajo de la novia.
Feliz matrimonio Ana, Julio. Que seais muy felices.
Un beso,
Laura.
¡Cuántas veces no habrá pasado esto en la vida real!
Joder, que par. Espero que siga su aventura, sobre todo porque creo que su marido no le va a dar lo que necesita